El conjunto de la edificación compuesto por la Iglesia del Carmen y el Convento de San Andrés se sitúa en un extremo del lado sur del barrio del Perchel que quedó dividido en dos tras la transformación urbana que supuso la apertura de la Prolongación de la Alameda.
Se trata de uno de los primeros ensanches extramuros de la ciudad en época musulmana: Arrabal de Attabanin, necesitado de expansión a causa de su incremento demográfico en el siglo XI, época en la que debería tener un carácter fundamentalmente industrial, que en la primera mitad del siglo XII se dota de una cerca muraría, cuyos restos son constatados mediante actividades arqueológicas realizadas.
Con posterioridad a la conquista cristiana, se efectuarían los repartimientos de los solares de la zona. Sin duda alguna, lo más destacable de la zona, serán las instalaciones relacionadas con las pesquerías así como la erección de diversas construcciones religiosas en 1524, que desembocaron posteriormente en la fundación e inicio de las obras, junto a las Torres de Fonseca, del Convento de los Carmelitas Descalzos en 1584, las cuales se prolongaron hasta el siglo XVII.
Su emplazamiento estuvo caracterizado entonces y a lo largo de dos siglos, hasta finales del siglo XVIII, por su localización junto a la playa, parapetado tras la fortificación conocida como Torres de Fonseca.
Es a partir del siglo XIX cuando nuevas expansiones de la ciudad, aprovechando el territorio ganado al mar, con la paulatina retirada de la línea de costa, anulan, junto a la utilidad defensiva de la fortaleza, el carácter prominente del Convento que pasa, poco a poco, a quedar integrado como parte de un entorno urbano que lo va envolviendo. Se trata de una época en la que Málaga llegó a ser pionera en la península con la llegada de la Revolución Industrial y a su desarrollo se dedica el sector, siendo ocupado el entorno del convento por industrias y almacenes fundamentalmente.
Es también el período en que se produce la desamortización de 1836, y a dicha actividad va a destinarse a partir de entonces el edificio, que es objeto de sucesivas ampliaciones y transformaciones hasta épocas recientes del presente siglo.
Se interviene en dos unidades de edificación:
1. Conjunto formado por el patio del claustro, las crujías en torno al mismo y cuerpo adosado: mediante recuperación de elementos construidos desaparecidos y mediante rehabilitación para dotar a los espacios resultantes de la capacidad necesaria para su utilización, dotándolo de las condiciones necesarias de seguridad, habitabilidad, servicios e instalaciones. Se eliminarán elementos contemporáneos y se limitarán las reconstrucciones a la recuperación de las partes que faltan por derribo o desaparición, basándose siempre en el análisis riguroso de los restos existentes y los datos documentales.
2. Espacios Exteriores (plaza acceso c/ Eslava): Organizan los accesos a las distintas piezas que conforman el conjunto, tanto a las que se contemplan en esta fase como a la anterior. Se desarrolla en un único plano de suelo al nivel que se considera histórico, inferior al actual, Conformado, según las catas arqueológicas realizadas, por un suelo empedrado que se plantea recuperar, restaurar en las partes que lo precisen y reconstruir donde haya sido destruido. Las diferencias de nivel con el entorno urbanizado se salvarán mediante escaleras y rampas.